viernes, 29 de junio de 2012

Video seción


Buenos días Doctor Leandro Dionisi, quien le habla en la pantalla es un colega, Federico Fttofel.  Espero este formato de video no le incomode, y sepa usted  entender  que me cuesta escribir, es decir redactar bien. Aunque  sinceramente no sé ni cómo decirlo oralmente. Pero estimo que de esta forma es más rápido intentarlo. En fin, disculpe el caos que me rodea a mis espaldas, estos últimos tres días fueron muy bruscos y ya no soporto, o mejor dicho no puedo seguir viviendo acá. Pero ya está casi todo listo, este lio de atrás son las cosas que no me llevo y pienso donar en cuanto termine el video. 

Soy  psiquiatra desde hace quince años. La especialidad me interesó desde temprano, yo vivía en la calle de en frente al psiquiátrico del barrio, y siempre me interesó saber más de los locos que veía arrastrarse y gritar todos los días al frente de mi casa.
 Me considero un gran observador  de la conducta del hombre- supongo que como todos-.
Además  me considero de mente abierta, en términos medicinales. Estoy convencido de que cualquier síntoma o trastorno tienen su dedicación especial porque cada ser humano es especial.
Y es por eso que hoy estoy acá, hablándole a usted señor presidente.
 Usted, Doctor, es quien yo confío, comprenderá mejor que nadie porque derogo la profesión desde hoy, 15 de julio de 1992. 
Diserto frente a un colega que mejor que nadie, tarde o temprano llegara a entenderme.
Mire, no lo conozco, y mi fin no es que me juzgue. Mire mis manos, tiemblan.
Disculpe si tomo un café mientras tanto, pero no es fácil empezar.
Hace ya diez años, recibí un paciente, delegado de una psicóloga conocida que me previno que no era nada fácil pero que creía que yo era capaz de estudiar.
Alonso.
Quiero aclarar, Doctor Dionisi, que ya no está en mí deber respetar el código de consentimiento medico-ético. Alonso se llamaba Alonso y esa es la verdad.
Piromanía y consecuencia homicida de stress postraumático, impulsivo pero no violento. Nada más y nada menos.
Alonso dio fe ciega a mi secreto profesional desde el principio. Buscaba ayuda y yo me sentía apto. Me advirtió, durante los primeros encuentros  que había cometido una falta muy grave, y no fue hasta la sesión numero siete en que manifestó su tragedia.  
Trabajamos mucho, el diagnostico estaba muy claro.
Alonso quemó a su novia mientras dormía, y esta murió en consecuencia.
La enterró en el patio de su casa.
Usted y yo sabemos cómo se debiera actuar inmediamente en estos casos.
Una vez ya conociéndonos y llegando a la confidencialidad, llego el momento de discriminar el ser su oído psiquiátrico de su odio cómplice. Su reacción fue muy violenta y llena de ira. Me acusó de traidor y manipulador, por supuesto también de hijo de puta y acusador.  
Me va a disculpar si bebo otro café, pero no es fácil contarlo por primera vez, y menos a un aparato con una luz roja que titila -que ni le cuento como irrita-
Honestamente perdí la cuenta de cuantos pacientes pasaron por mi puerta, y de muchos ya no recuerdo tanto detalle. ¿No le pasa lo mismo Colega? O mejor dicho ex colega.
Ana Luz fue la segunda.
Si me acordara, expondría hasta su apellido, y a esto lo digo con total frialdad. Pero ahora no tiene sentido, ni su nombre ni su color de pelo eran reales.
Cinco años después de la terapia de Alonso, en una mañana de otoño DE 1986, entró a mi consultorio Ana Luz, un travestido.
Ictiolofobia, desde la infancia tardía. Causado en un viaje a Mar del Plata.
¿No le pasa que su vida profesional se apodera de sus días como humano normal y feliz? ¿O que es imposible disociar el plano personal del medicinal? ¡La calle del diván! ¿Soy el único vulnerable que comete imprudencias?
Traslade a Ana Luz a mi departamento. Tengo una pecera muy pequeña, con un pez dorado, a la que cubrí y gradualmente fui destapando.
Ella temblaba y se resistía al tratamiento. Pero pasadas dos sesiones, su fobia se alivianaba a un grado cada vez menor. Fue una mejora muy pronta.
Tan pronta que parecía irreal.
Soy un cuerpo desahuciado, Doctor, que ya no puede seguir así, en pos de su sano juicio.
El tercero es Andrés.  Andrés Cuberli
 Empezamos la primera sesión hace menos de un mes. Necrofobia. Una fobia muy común, y más en estos días cercanos al siglo XXI, no?
Andrés llegó muy tranquilo, como si ya me conociera, y supiera con quien hablaba. Empezamos los encuentros con mucho sosiego. Su padre era cazador y desde muy pequeño había sido participe de sus noches de juegos.
Al ver un animal muerto perdía el control.
No tuvimos demasiados encuentros, Andrés cumplía con lo que le indicaba y su curación era progresiva.
Finalmente, hace 3 días consentimos en que me visitara por una supuesta última vez. Ese día me confesó que tenía un animal enterrado en el patio, y que hace seis años lo curé de fobia a los peces. Ahora sale a pescar, aunque no le gusta matarlos y los devuelve vivos.    




martes, 5 de junio de 2012

Te hice ver eterno resplandor para que vieras que podemos estar juntos

Y cuando la viste te diste cuenta que no me amabas más.

A veces, para no cagarla, es mejor no guionarse las palabras, no esperar nada de nadie -ni siquiera de uno mismo- y vivir haciendo cosas que te hacen sonreir de solo pensar en que las vas a hacer.