Buenos
días Doctor Leandro Dionisi, quien le habla en la pantalla es un colega,
Federico Fttofel. Espero este formato de
video no le incomode, y sepa usted
entender que me cuesta escribir,
es decir redactar bien. Aunque
sinceramente no sé ni cómo decirlo oralmente. Pero estimo que de esta
forma es más rápido intentarlo. En fin, disculpe el caos que me rodea a mis
espaldas, estos últimos tres días fueron muy bruscos y ya no soporto, o mejor
dicho no puedo seguir viviendo acá. Pero ya está casi todo listo, este lio de
atrás son las cosas que no me llevo y pienso donar en cuanto termine el
video.
Soy
psiquiatra desde hace quince años. La
especialidad me interesó desde temprano, yo vivía en la calle de en frente al
psiquiátrico del barrio, y siempre me interesó saber más de los locos que veía
arrastrarse y gritar todos los días al frente de mi casa.
Me considero un gran observador de la conducta del hombre- supongo que como
todos-.
Además me considero de mente abierta, en términos
medicinales. Estoy convencido de que cualquier síntoma o trastorno tienen su
dedicación especial porque cada ser humano es especial.
Y
es por eso que hoy estoy acá, hablándole a usted señor presidente.
Usted, Doctor, es quien yo confío, comprenderá
mejor que nadie porque derogo la profesión desde hoy, 15 de julio de 1992.
Diserto
frente a un colega que mejor que nadie, tarde o temprano llegara a entenderme.
Mire,
no lo conozco, y mi fin no es que me juzgue. Mire mis manos, tiemblan.
Disculpe
si tomo un café mientras tanto, pero no es fácil empezar.
Hace
ya diez años, recibí un paciente, delegado de una psicóloga conocida que me
previno que no era nada fácil pero que creía que yo era capaz de estudiar.
Alonso.
Quiero
aclarar, Doctor Dionisi, que ya no está en mí deber respetar el código de
consentimiento medico-ético. Alonso se llamaba Alonso y esa es la verdad.
Piromanía y consecuencia homicida de stress postraumático, impulsivo pero no violento. Nada
más y nada menos.
Alonso dio fe ciega a mi
secreto profesional desde el principio. Buscaba ayuda y yo me sentía apto. Me
advirtió, durante los primeros encuentros que había cometido una falta muy grave, y no
fue hasta la sesión numero siete en que manifestó su tragedia.
Trabajamos mucho, el
diagnostico estaba muy claro.
Alonso quemó a su novia
mientras dormía, y esta murió en consecuencia.
La enterró en el patio de su
casa.
Usted y yo sabemos cómo se
debiera actuar inmediamente en estos casos.
Una vez ya conociéndonos y
llegando a la confidencialidad, llego el momento de discriminar el ser su oído
psiquiátrico de su odio cómplice. Su reacción fue muy violenta y llena de ira.
Me acusó de traidor y manipulador, por supuesto también de hijo de puta y
acusador.
Me va a disculpar si bebo
otro café, pero no es fácil contarlo por primera vez, y menos a un aparato con
una luz roja que titila -que ni le cuento como irrita-
Honestamente perdí la cuenta
de cuantos pacientes pasaron por mi puerta, y de muchos ya no recuerdo tanto
detalle. ¿No le pasa lo mismo Colega? O mejor dicho ex colega.
Ana Luz fue la segunda.
Si me acordara, expondría
hasta su apellido, y a esto lo digo con total frialdad. Pero ahora no tiene
sentido, ni su nombre ni su color de pelo eran reales.
Cinco años después de la
terapia de Alonso, en una mañana de otoño DE 1986, entró a mi consultorio Ana
Luz, un travestido.
Ictiolofobia, desde la
infancia tardía. Causado en un viaje a Mar del Plata.
¿No le pasa que su vida
profesional se apodera de sus días como humano normal y feliz? ¿O que es
imposible disociar el plano personal del medicinal? ¡La calle del diván! ¿Soy
el único vulnerable que comete imprudencias?
Traslade a Ana Luz a mi
departamento. Tengo una pecera muy pequeña, con un pez dorado, a la que cubrí y
gradualmente fui destapando.
Ella temblaba y se resistía
al tratamiento. Pero pasadas dos sesiones, su fobia se alivianaba a un grado
cada vez menor. Fue una mejora muy pronta.
Tan pronta que parecía
irreal.
Soy un cuerpo desahuciado, Doctor,
que ya no puede seguir así, en pos de su sano juicio.
El tercero es Andrés. Andrés Cuberli
Empezamos la primera sesión hace menos de un
mes. Necrofobia. Una fobia muy común, y más en estos días cercanos al siglo
XXI, no?
Andrés llegó muy tranquilo,
como si ya me conociera, y supiera con quien hablaba. Empezamos los encuentros
con mucho sosiego. Su padre era cazador y desde muy pequeño había sido
participe de sus noches de juegos.
Al ver un animal muerto
perdía el control.
No tuvimos demasiados
encuentros, Andrés cumplía con lo que le indicaba y su curación era progresiva.
Finalmente, hace 3 días
consentimos en que me visitara por una supuesta última vez. Ese día me confesó
que tenía un animal enterrado en el patio, y que hace seis años lo curé de
fobia a los peces. Ahora sale a pescar, aunque no le gusta matarlos y los
devuelve vivos.