Maldita la hora en que vi tus pasos.
Maldita tu rubia cabellera y tus pulseras. Tus pasos.
Y si tanto te escondí que al fin resucitó tu borrosa imagen, la mía.
Malditas hormonas y admiraciones.
El clavó con el que enterré más al otro clavo estaba algo oxidado, como todos los clavos.
Ahora el que late esta ahuecado, desgastado de tanto martilleo.
Al final de cuentas, soy tu Aquiles, ¿sabes? Y vos, el Romeo que no me conoce.
Protegerte. Guiarte. Pasar pos tu vida en silencio. Tengo la fuerza suficiente -aunque la inventé después de la débil-.
Si soy tu musa, y si, inspiré tus palabras.
Pero no hay noción de como inspiraste las mías.
Aunque escasas, quieren decirme cuanto sos para la locura. Escalofríos. Dejé todo atrás.
miércoles, 28 de octubre de 2009
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